Modales nacionales.

               Si hay algo que me lleva cansando bastante de España son los mismos españoles. Algunos intelectuales optimistas alegan que sufrimos actualmente una crisis de valores morales en la sociedad. A mi me parece que se equivocan de plano porque en nuestro país, históricamente, aparte de los valores de la picaresca, el caciquismo, la chulería y la doble moral enseñada por nuestra Santa Madre Iglesia, nunca ha habido valores morales ni cívicos basados en el respeto a las personas y/o a la naturaleza, o conceptos como la urbanidad, la amabilidad o la cortesia, sin las cuales es imposible la convivencia y eso que llamamos sociedad.  Creo que ya nadie se acuerda de aquel dicho tan bonito que decía  buenos modales abren puertas principales.  Sin embargo, predominan los comportamientos antisociales, chulescos, desconsiderados, llenos de egoismo que parecen demostrar que nos importa un carajo los demás, que antes estoy yo y luego nadie más si puedo ser yo otra vez. Ni un saludo, ni buenos días, ni ahí que te pudras, ni una palabra amable,  ni un gesto de cortesía,  o una muestra de interés por nuestra persona o familia, eso sí, hago ruido cuando me da la gana y te doy con la puerta en las narices, por decir  alguna cosa. Y de esta forma es imposible la verdadera civilización.
      A muchos individuos les falta la conciencia  de un mínimo sentido, no ya moral o cívico, sino estético del decoro y la elegancia, y por esta razón el observador puede encontrarse con personajes horteras y grotescos de la peor especie que parecen haber evolucionado, desde el pasado, a los tiempos presentes, con todas sus consecuencias. Entre estos hay uno que me gusta mucho que es la niñata de barrio. Esta suele ir acompañada de otros niñatos y niñatas en sus motos con los tubos de escape rotos o con los coches con la ventanillas bajadas y los decibelios a tope hasta joderles los oidos y los nervios a todo el mundo. Suelen tener la asquerosa costumbre de masticar chicle o llevar chupachup con la boca abierta y lo hacen con un desparpajo y una desvergüenza admirables.  Tambien llama mucho la atención su cara de zafia y la mirada vacía que no es otra cosa que testimonio de la falta de seso. Otro especimen bastante común es el cuarentón trasnochao. Este suele vestir pantalones y camisetas de color negro muy ceñidos y llevar gafas de sol a todas horas. Suele ir acompañado de otras niñatas de cuarentaitantos que parecen haber perdido el norte como él pero en realidad es más dañino para sí mismo que para la sociedad pues aunque es chulo, hortera y un poco dado a la bronca, inspira compasión y no es muy interesante en realidad. El que se lleva la palma es el que yo denomino el señorito obrero. ¿Quién no se ha cruzado más de una vez con un individuo tripón, desaliñado, malintencionado, que emite gruñidos en lugar de un lenguaje elaborado y que intenta engañarte con sus presupuestos y se vende diciendo que nadie trabaja mejor que él?  A este nadie le gana en nada, trate de lo que se trate, es el primero en todo, y si no lo es en el presente lo fue en el pasado. Que la cosa está mala con esto de la crisis, no importa, eso no va a impedir que se compre su buena tele de plasma último modelo o un coche de gama alta, lo que es la ostia del lujo para nuestro amigo. Que ahora es calvo y gordo, en su día era un ligón y estaba macizo de ginmasio. Nadie hace el trabajo como él y nadie conoce sus derechos tan bien como él. Nuestro amigo tambien es un gran bebedor de cerveza y hasta se le puede ver en ocasiones conduciendo su buena furgoneta, sin camiseta, mano derecha en el  volante e izquierda sujetando su fresquita lata de birra. El principe obrero representa la aristocracia de la educación y lo hace no cediendo jamás el paso, tanto si va conduciendo como si va a pie, porque el hombre tiene prisa y cosas muy importantes que hacer; nunca evita hacer ruidos a horas inapropiadas como durante o después de la sobremesa y habla a voces como si estuviera cabreado y suele hacer gala de una fonfarronería implacable considerando que hace su trabajo mejor y más rápido que sus compañeros y cosas por el estilo.
         Y así la lista de personajes odiosos de nuestro ámbito nacional puede llegar a lo infinito. ¿Quién no conoce al niñato que da por culo al barrio entero con el ruido de la moto, o la señora cotilla de mirada impertinente que se fija con quién entra o sale fulanito o menganito, o los vecinos que tienen unos niños de ocho o nueve años, faltos de mano dura, que pegan voces y balonazos a las diez de la noche en la pared que da a nuestra casa, o el negocio en planta baja que sube las rejas a altas horas de la noche despertando a casi todo el bloque? Los casos son numerosísimos y todos ellos adolecen de zafiedad, falta de respeto a los demás y un mínimo de urbanidad. Y no es que pretenda hacer pedagogía con esto que escribo porque así somos desde el principio de los tiempos y sé que cuando se echa semilla en roca  ésta se seca porque no tiene humedad y no puede crecer. Vamos que es como predicar en el desierto. No obstante,  todavía hay muchas personas con sentido común que, como yo, aborrecen la carencia de modales.

















































1 comentario:

  1. Impresionante Miguel: estos son tus comentarios que realmente me gustan, que son afilados como cuchillos fríos, calientes como sangre hirviendo y fuertes como el ácido. Pero todo ello queda sublimado al ser justo y verdadero de principio a fin. Quiero más de estos. Es tan buena como la de "babosas apestosas" en referencia a la corrupción marbellí de anataño que un día me soltaste. De seguir así te acabaremos llamando el Dragó-n Marbellí (o costasoleño, jaja). Se que al que no le gusta Dragó (recomiendo su libro "Y si habla mal de España, es español")esto que digo le parecerá algo impropio... peor para ellos. La vida necesita esa chispa de gente como Miguel. Un saludo.

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